11,4 sueños luz es la ambiciosa y notable novela de corte cyberpunk con la que el autor indie Nicholas Avedon se ha hecho un nombre dentro del panorama patrio de la ciencia ficción literaria. Ambientado en el París del siglo XXIII, el relato, escrito con soltura y minuciosidad, ofrece al lector un amplio abanico de emociones, sensaciones y lugares comunes del cyberpunk, que serán especialmente apreciados por los fans del género.
Ariel de Santos (cuyo nombre real es Rasheed) es un inmigrante de segunda que sobrevive en una brutal megalópolis futurista (París) gracias a su prestigio como creador de sueños vívidos, una disciplina artística en auge y de la que es uno de sus máximos exponentes. A su alrededor, la ciudad se desintegra mientras unos pocos privilegiados como él, en su mayoría ricos y personas de negocios, se divierten alejados del piso cero y los mugrosos, encerrados en sus mastodónticos rascacielos y de fiesta en fiesta.
En una de ellas, Ariel descubre una nueva tecnología que está llamada a cambiarlo todo: las neurorréplicas, una técnica que permite capturar instantes de vida a través de los sentidos de terceras personas, y luego, con la tecnología adecuada, experimentarlos en las carnes de uno mismo. A pesar de que la técnica se encuentra todavía en desarrollo y no ha sido del todo legalizada, la delicada situación económica que Ariel atraviesa lo lleva a aceptar el encargo de dirigir una de estas historias y meterse hasta el fondo en el asunto. Gracias a su conocimiento de los sueños vívidos y a su experiencia con el tratamiento de las imágenes, consigue salir airoso y granjearse un nombre en el sector, lo que a la larga le traerá nuevos e inesperados problemas…
Esta podría ser la premisa de la historia, pero 11,4 sueños luz va mucho más allá… Las neurorréplicas son solo la punta del iceberg; el tronco de un inabarcable árbol cuyas ramas, podridas y carcomidas, se elevan a decenas de metros del raso, rozando un sinfín de conceptos y subtramas, variadas y retorcidas.
A partir de este momento, spoilers severos…
El trank, una droga legalizada, abre brillantemente la novela y nos introduce de lleno en el mundo en el que se desarrollará la acción. Ariel tiene que recuperar la licencia de consumo tras haberla perdido por una sobredosis, y es el gobierno quien la expide. Rodeado de otros parias que, como él, malviven sin poder drogarse, recupera su estatus después de un risible curso de reinserción, muy en la línea de aquella secuencia de El club de la lucha (Fight Club, 1999), de David Fincher, que todo aquel que haya visto recordará.
Pronto conocemos más sobre Ariel y sobre su mundo. Un tipo que viene de África, asqueado de lo cruda y despiadada que es allí la vida, y que se agarra a cualquier clavo ardiendo con tal de evitar un hipotético regreso. Su condición de inmigrante es límite; es un ciudadano de segunda y sabe que cualquier escarceo con la justicia puede suponerle una deportación.
Junto a su adicción al trank, Ariel también convive con un chantajista que, tiempo atrás, lo cazó acostándose con una menor. Cada cierto tiempo, esta figura oculta le demanda un dinero si no quiere que lo aireé todo y dé al traste con su carrera y su vida. Ariel traga, y paga religiosamente, a pesar de que esto le mantenga en una continua precariedad económica y mental. La droga es la solución… y las bellas modelos con las que trabaja en sus sueños vívidos una de las pocas escapatorias…
La novela renquea y avanza a trompicones. A pesar de lo fluido de la escritura, en ocasiones se echa en falta algo más de acción y ritmo. Avedon se defiende mucho mejor con las descripciones y los personajes que con las escenas de acción. La profusión de tramas y subtramas, si bien se agradece y dota a 11,4 sueños luz de un complejo entramado de relaciones y personajes, resulta por momentos confusa. El trank da paso a la trama de las neurorréplicas, y luego a las relaciones de Ariel con sus modelos de sueños vívidos, y al mundo de Brin; y, poco después, con la novela ya bastante avanzada, al Proyecto Veluss, que es en última instancia el motor de la trama.
Demasiados vaivenes narrativos que dificultan la labor del lector, indeciso sobre cuál es la trama principal o a qué atenerse a nivel argumental. No es hasta esa segunda mitad de la historia, cuando ya todas las cartas están sobre la mesa, que la trama consigue la necesaria fluidez y el lector puede por fin sumergirse por entero, sin reservas.
Ariel es un don Juan; su exotismo se lo permite, y su labia. El sexo ocupa un lugar central en la obra, con el protagonista acostándose con unas y otras hasta que da, por fin, con su media naranja: la magnética y enigmática Joanne. Quizá sean estos los pasajes más reiterativos. A menudo la trama se estanca, y es difícil establecer hacia dónde se dirige. ¿Cuál es el objetivo de los personajes? ¿Qué persiguen? ¿Hacia dónde conduce todo esto? Son algunas de las preguntas que el lector se hará hasta que se presente sorpresivamente el Proyecto Veluss, del que nada o casi nada sabíamos hasta ese momento.
11,4 sueños luz funciona y destaca gracias a esta línea argumental, en torno a la cual todas las demás terminan por plegarse. Ariel está atrapado. Sus deudas, adicciones, inseguridades, lo estancado de su carrera y su situación de inmigrante, lo llevan a interesarse por este curioso proyecto. Y también, claro, su novia, Joanne, quien le confiesa que ha tomado parte en el mismo.
El Proyecto Veluss es una mastodóntica empresa que tiene por objetivo desarrollar una nave espacial y seleccionar a los habitantes más dotados de la Tierra para lanzarlos a otros sistemas planetarios habitables a varios años luz de distancia, y comenzar allí una nueva sociedad. Para ello, la empresa ha puesto en marcha un complejo y, en ocasiones, marciano proceso de selección. Ariel se apunta para demostrarle a Joanne que es capaz de lograrlo, sin desearlo de veras. Y, poco a poco, comienza a superar pruebas que crecen en intensidad y extravagancia. La Veluss M2210 es la tercera de estas naves-expedición que va a ponerse en órbita.
Entre tanto, la presencia de auténticos bastardos hace avanzar la novela. Eduard, su primer benefactor en el mundo de las autorréplicas, un tipo con oscuras aspiraciones y a quien el dinero y las mujeres lo atraen más que cualquier otra cosa; o Ricardo, un retorcido e inteligente manipulador que será capaz de apretar a Ariel lo suficiente como para que la única salida que le quede sea huir del planeta…
Por lo demás, las descripciones del mundo del siglo XXIII son satisfactorias y consiguen mantener en funcionamiento la trama incluso en sus momentos más precarios. La brecha entre ricos y pobres se ha expandido más si cabe. El piso cero de París, el nombre con el que se hace referencia al lugar donde malviven todos los desgraciados y mugrosos que no pueden permitirse un piso en los rascacielos, apenas se vislumbra, pero es todo lo perverso y degradado como uno es capaz de imaginar.
Junto a ello, el mundo de Brin es otro de los motores de la novela. Un macrojuego virtual de corte mágico y medieval en el que los que pueden permitírselo se resguardan del mundo en una fantasía compartida, donde las mismas leyes que rigen el mundo real se filtran entre bosques encantados y concurridas posadas. Ariel, escéptico en un primer momento, accede a tomar parte en este por recomendación de su buen amigo Carlos.
El mundo de Brin no tarda en manifestarse como un elemento cada vez más relevante para la trama; como el lugar de huida del mundo real, donde los personajes muestran su verdadero ser, a pesar de portar máscaras y esconderse tras avatares. Pero, como sucede con el resto de tramas, termina por diluirse bajo el peso de las demás. Hay también una I.A. relevante, pero su existencia, esquiva y accesoria, no se nos revela hasta el final, en un giro un tanto forzado y desaprovechado.
Quizá se eche en falta mayor cohesión narrativa y argumental, pero 11,4 sueños luz dista de ser una obra fallida. Los personajes son los protagonistas, y sus dudas y bandazos se transmiten a la novela. El personaje duda, y Avedon, sabedor de que sin ellos no hay relato, transmite toda esa incertidumbre a la obra. El recorrido no es cíclico, no es redundante; es, simplemente, arrítmico, como la vida misma.
Eso es 11,4 sueños luz: un recorrido plagado de altibajos y dudas, con personajes atormentados y aspiraciones inciertas en un despiadado universo futurista, donde las dudas no tienen cabida, y la sociedad se dirige directa y sin frenos hacia un aparatoso final, que no vemos pero sí vislumbramos. Los ecos del fin están presentes desde la primera página, a pesar de que unas notas de optimismo se filtren a través de los últimos pasajes.
11,4 sueños luz ofrece todo lo que promete. Personajes poliédricos, capullos de mente retorcida y manipuladores, drogas futuristas, coqueteos con extravagantes tecnologías snuff, sexo y sensualidad, bajos fondos, videojuegos hiperrealistas y multisensoriales, y hasta viajes interplanetarios.
Un espléndido mosaico en el que sumergirse y dejarse llevar por la hábil pluma virtual de Avedon, quien recientemente ha publicado su segunda novela, continuación de esta que nos ocupa: Lágrimas negras de Brin. No tardaré en echarla el guante.
Por lo demás, en su blog, especializado en cyberpunk, Nicholas Avedon reflexiona sobre el género y sus múltiples manifestaciones. No está de más echarle un vistazo.
11,4 sueños luz se encuentra disponible en formato eBook vía Amazon.