Vaya por delante que Hellraiser (o El corazón condenado, como reza mi edición de Hermida Editores) no es una obra de ciencia ficción y no creo que esté catalogada como tal en ningún sitio. No obstante, la presencia de elementos fantásticos, ese mundo paralelo e infernal en el que habitan los cenobitas, amén de una influencia posterior relevante en otras obras, esta vez sí, de ciencia ficción (véase, por ejemplo, Horizonte final [Event Horizon, 1997], de Paul W. S. Anderson), me han llevado a redactar esta breve reseña.
Y, qué demonios, me apetecía mucho hacerlo. Y puesto que esta es mi web y no tengo muchas cuentas que rendirle a nadie, me he permitido el lujo de escribirla.
El caso de Hellraiser es particular por varios motivos. La novela, escrita por Clive Barker, vio la luz allá por el año 1986. Apenas un año después, él mismo ejerció como director de la celebrada (y con razón) adaptación cinematográfica: Hellraiser: Los que traen el infierno (Hellraiser, 1987).
El universo que Barker fue capaz de condensar en poco más de cien páginas posee un magnetismo indudable. Su crudeza, la aparente liviandad de la que hace gala y su contundencia última terminan por hacer el resto.
He aquí la sinopsis, sencilla y apañada como pocas; no hace falta mucho más. Es uno de los grandes triunfos de Hellraiser y, por ende, de Clive Barker: su economía de medios; apenas un escenario, cuatro personajes y un amenaza depravada e incomprensible.
Frank es un buscavidas; un vividor que ha recorrido medio mundo en busca de aventuras y placeres desconocidos. Sin embargo, se siente vacío. No hay nada que le sorprenda; ya no encuentra placer en lo que antes le había mantenido a flote. Convencido de que tiene que haber algo más, Frank se cruza con una extraña leyenda: resolviendo el acertijo que encierra una anodina caja, es posible acceder a un nuevo mundo de placer y percepción, donde sus deseos más soterrados se harán realidad.
Convencido de ello, Frank se obsesiona con la Caja de Lemarchand y trata de encontrar la forma de abrirla, cosa que finalmente logrará. Pero lo que pone en marcha con su apertura no es lo que en origen tenía en mente. Sí, hay algo de placer en lo que desata, y desde luego que los límites de la percepción se amplían hasta lugares impensables, pero lo que habría de ser un paraíso celestial de placeres y onanismo se convierte en un terrible infierno, doloroso y desesperante hasta la extenuación.
¡Ojo! A partir de este momento, spoilers severos…
Los cenobitas y ese universo paralelo en el que habitan son el motor de Hellraiser; el elemento disonante y enigmático, diferencial y adictivo. Clive Barker maneja su presencia con suma habilidad. Nos presenta a estos extraños seres en las primeras páginas, en un prólogo que vale su peso en oro. De manera elegante, el infierno se despliega ante nuestros sentidos a través de los pensamientos y las sensaciones de Frank. Oh, pobre Frank… Es un vividor, un tipo poco aconsejable, violento, egoísta y caótico. Sin embargo, ante el averno de sufrimiento y destrucción física y espiritual que lo invade, uno no puede sino sentir lástima de su destino.
La novela es dura, concisa y detallista en lo escabroso, pero no es pornográfica ni exhibicionista. Diría incluso, si se me permite, que es hasta comedida. Probablemente no sea la primera palabra que a uno le venga a la mente cuando piensa en Hellraiser, y, sin embargo, así lo pienso. Cuando toca dar rienda suelta a las vísceras y a lo grotesco, se hace, pero no se abusa de ello. Bien por Clive Barker, quien pone de manifiesto, una vez más, su virtuosismo narrativo.
E insisto en lo mismo: no es esta la novela mejor escrita de la historia, ni la más rica en su prosa, ni la más memorable en sus descripciones, pero funciona diabólicamente bien. Es consumible y, hasta cierto punto, incluyente. Sospecho que parte de su éxito radica en ello. Y sí, sé que no soy el primero que lo apunta, pero lo corroboro: me recuerda mucho a Stephen King. Y eso es condenadamente bueno; de hecho, pocos piropos mejores me vienen a la mente.
Hay un extraño triángulo amoroso a dos bandas de por medio. Julia, que está casada con Rory, se obsesiona con Frank, el hermano de este último. Por otro lado, Kirsty, una vieja amiga de Rory, no ha dejado de sentir una cierta atracción por él desde que se conocieran, y eso es lo que en última instancia la mantiene unida a la familia, a la casa y a la truculenta evolución de los acontecimientos que está por producirse.
Kirsty es el faro de la novela; un personaje complejo, con sus propios demonios internos, sus luchas contra la realidad y un conformismo/inconformismo patológico. Barker saca petróleo de ella, y la convierte en el punto de anclaje del lector para transitar los pasajes más endemoniados de la novela. Sufrimos con ella, y estamos seguros de que se la van a cargar no una, ni dos, sino hasta tres veces en los últimos pasajes de Hellraiser. Toda una heroína, capaz de salir airosa nada menos que de los cenobitas.
Por encima de todos los aspectos narrativos, destacaría la saturación sensorial a la que nos vemos sometidos (como digo, muy en la línea de Stephen King). Los colores, los sabores o la climatología se nos presentan de manera enfermizamente detallada. Barker no escatima adjetivos cuando se trata de describir los espacios y sus percepciones. El prólogo es ejemplarizante en este sentido: Frank comienza a percibir la realidad, la misma que todos conocemos, pero con una sensorialidad multiplicada por mil; y duele, avasalla, hiere… El lector sufre vicariamente a través de las palabras lacerantes de Barker. Su prosa, sencilla y descriptiva, fluye sin oposición entre el horror y la desesperación predominantes.
El personaje de Julia es otro de los alicientes de la novela. Perversa, bella, manipuladora y con unas ganas casi patológicas por escapar de su deprimente matrimonio, en el que se siente atrapada y desdichada. Solo en el recuerdo distorsionado de la ocasión en la que se acostó con Frank, poco antes de casarse con Rory, encuentra cierta paz y sosiego. Y es precisamente esa rememoración la que pone en marcha los pérfidos engranajes de la narrativa de Clive Barker.
Julia es quien hace avanzar la trama; el más activo de los personajes y quien más se relaciona con el resto de integrantes en la novela. Frank le pide sangre. Sangre para poder reconstruir su cuerpo destruido, maltratado y vejado de mil y una formas distintas, a cada cual más grotesca e impía, por los cenobitas. Barker sabe bien cómo hacerlo; nos cuenta lo justo para que podamos imaginarnos las penurias que ha tenido que sufrir el desgraciado de Frank, sin caer en la repetición ni en lo gratuito. Esa equidistancia con la que se acerca a lo terrible y lo despiadado es uno de los mayores aciertos de Hellraiser, y quizá sea el factor determinante a la hora de que la novela haya trascendido las fronteras de su género y se haya convertido en una obra tan popular e influyente.
Julia se transforma en una femme fatale, una viuda negra en busca de víctimas, hombres con los que acostarse y a los que asesinar en pleno acto sexual. Frank puede absorber entonces su esencia, descomponiendo los cadáveres y asimilando extraños nutrientes con los que reconstruir su organismo y lograr la tan ansiada corporeidad perdida.
Llegados a este punto, toca hablar de los cenobitas. Son la razón última del éxito y la trascendencia de Hellraiser en el género. Entes que habitan en un plano dimensional paralelo de dolor, placer y sufrimiento, donde las fronteras de las sensaciones se confunden entre sí. Barker no necesita muchos elementos para configurar su cuadro barroco: seres deformes, aberrantes, con sus cuerpos masacrados, pero, en apariencia, tranquilos y dialogantes. No asustan tanto sus formas, como sus promesas, percibidas a través de su convicción y sus maltratados cuerpos.
La puesta en escena comienza con unas solemnes campanadas; elegante carta de presentación. Unas campanas que solo pueden escuchar los que están a punto de acceder a ese otro plano de la realidad; una dimensión desconocida que no está aquí, ni enteramente allí, pero que impide a los cenobitas abandonarla por voluntad propia. Solo cuando son invocados pueden presentarse y exigir el cuerpo del que los ha llamado. Es lo que Frank provoca en las primeras páginas de la novela, conscientemente, con el propósito de huir de una vida banal y desmotivante, y bajo la falsa promesa de alcanzar un placer sin igual. Aunque no tarda en descubrir que el placer se oculta bajo muchas formas, y la de los cenobitas está a años luz de lo que cualquier ser racional concebiría.
La Caja de Lemarchand es el puzzle tridimensional que solo los más habilidosos y desesperados son capaces de resolver. Es una de las diversas puertas de acceso a ese otro mundo, y la que Frank emplea. Barker se vale de la tradición del género, de las aventuras y el terror; las reliquias de las leyendas, hoy. Un recurso un tanto manido, quizá, pero efectivo y funcional.
Sabemos de un cenobita especial al que apenas vislumbramos en el tramo final de la novela: el Ingeniero, la mente pensante tras los horrores. Es el responsable último de la desesperación de los que sufren sus ocurrencias. Una vez más, Barker juega sus cartas ocultando lo evidente; o, mejor, sugiriendo más que mostrando. El lector no necesita de mucho para imaginarse las más terribles tropelías físicas. Al final, no es tanto la pluma de Barker como la mente de cada uno de nosotros la que pone los límites. Fácil de decir, pero muy difícil de conseguir.
A nivel narrativo, la tensión se construye lentamente, a fuego lento. Por algún extraño motivo, que no es muy lógico ni evidente, Hellraiser me ha recordado a las obras de Sergio Leone: a El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) o Hasta que llegó su hora (C’era una volta il West, 1968) (ya he avisado que no tiene mucho sentido, pero ahí lo dejo caer).
La novela no se va por las ramas; no lo necesita. Barker sabe lo que quiere, y ejecuta su plan con solvencia y delicadeza. El tramo final es sin duda el más aparatoso, y acaso el más cinematográfico. Hay acción y algunos momentos poderosos, tanto en imaginería visual como en tensión narrativa. El festival gore que se desata cumple sobradamente con las expectativas depositadas. Uno a uno, van cayendo los personajes principales de las más intensas y variopintas formas.
Un buen clímax narrativo en un espacio diminuto: el piso de arriba de una casita insignificante en un barrio como cualquier otro, con esa habitación del demonio en la que Frank se oculta en su forma cuasi humana, y esas escaleras que conectan la planta baja y terrenal con un primer piso a medio camino entre este y el otro mundo.
Me fascinan estos mundos intermedios que, habitualmente, se han trabajado mucho más en la narrativa de terror que en la de ciencia ficción. El plano interdimensional de los cenobitas sería ampliamente expandido en las sucesivas secuelas de esta seminal obra, tanto a nivel literario como cinematográfico.
Probablemente sea Horizonte final la película que más claramente bebe de Hellraiser en un contexto de ciencia ficción. Obra capital del género de mediados de los noventa, en la que un grupo de rescate tratará de desentrañar los misterios que acabaron con la tripulación de una nave a la deriva; nave que, a la postre, resulta estar conectada con el averno en su más física y destructiva vertiente. Quizá el gran logro de la película sea el hacer del infierno un lugar palpable y real, al que solo puede accederse a través de unas coordenadas muy específicas; básicamente lo mismo que Barker ya planteó en Hellraiser una década antes.
Y quien quiera ver, verá referencias de esta magna obra en Cube (1997), de Vincenzo Natali, ese extraño infierno incomprensible de cubos; en Dark City (1998), de Alex Proyas, esa enigmática ciudad que posee un manto perpetuo de pesadilla; en David Lynch (Mulholland Drive [2001] puede ser el ejemplo más claro), aunque aquí no se sabe qué fue antes, si el huevo, la gallina o el conejo; o, incluso, en The Box (2009), de Richard Kelly, que toma prestada la idea de la caja como resorte narrativo y con inquietantes consecuencias…
Intensa y seminal novela, corta y concisa, y con una arrolladora imaginería visual. A pesar de lo duro de alguno de sus pasajes, no termina de ser un terror puro, sino que se mueve en un delicado equilibrio entre el thriller, el drama y el fantástico en sentido amplio. Para quien busque darle una oportunidad a algo distinto y nunca se haya atrevido, esta puede ser una buena puerta de entrada a otros estilos y géneros (y si no, siempre nos quedará Stephen King).
Por aquí, y para quien quiera profundizar algo más en la figura de Clive Barker, un artículo publicado en Jot Down sobre su carrera.