Después de meses de intensas idas y venidas, dolores de cabeza y más duchas frías de las recomendables, puedo por fin decir que he terminado el borrador de la novela en la que llevaba trabajando desde octubre; la más larga hasta la fecha (lo cual, teniendo en cuenta que es la segunda, no es decir demasiado).
¡¡¡Bien!!! (Confeti, luces de neón y drone electrónico de fondo… algo un poco así.)
Y, además, sorpresa, estoy satisfecho (lo cual, conociéndome, sí es decir mucho). Vale que ahora toca ponerse con las interminables revisiones, las reestructuraciones, los corta-pegas, las supresiones y el resto de divertidas y gratificantes tareas, pero es algo que llevo mejor que enfrentarme al folio en blanco (aunque en unos meses me retractaré de haber dicho esto).
Todavía no tengo un título definitivo, aunque de un tiempo a esta parte se ha hecho un hueco en mi corazoncito algo así como El día que nos follaron desde el Universo-II. No parece demasiado comercial ni muy políticamente correcto, pero, ¿desde cuándo lo es el cyberpunk? Probablemente se termine quedando en algo mucho más tibio y edulcorado; entre tanto, creo que será mejor referirse a la criatura por Universo-II, a secas. Menos hiriente.
Dicho lo cual, y por dar unas breves pinceladas azarosas, concebí Universo-II como una novela de 100.000 palabras. La única novela que había escrito hasta la fecha era Momentum (título también provisional; e inédita, por el momento, ¿quizá para siempre?), que contaba con unas manejables 70.000 palabras. Era más bien corta, aunque me sirvió para soltarme y comenzar a experimentar.
Con Universo-II he querido llevar la experimentación un paso más allá. Narrada en presente y en primera persona por un personaje antipático, grosero y drogadicto hasta niveles grotescos, me he centrado sobremanera en los diálogos (uno de los aspectos en los que más quiero poner el énfasis) y en lo sensorial. Me obsesiona cómo percibimos la realidad; lo que sentimos, lo que nos ofrecen los sentidos, su inevitable distorsión, la subjetividad de las sensaciones…
Siguiendo esa estela, Universo-II es un áspero y enfermizo tour de force hasta los límites mismos de la percepción. Me ha resultado especialmente complejo en tanto que nunca he visitado los estadios de disolución mental que atraviesa el protagonista (ni yo ni nadie, vamos). Aparte del mundo real, la novela se mueve por terrenos más abstractos y delirantes; múltiples dimensiones, diferentes universos, criaturas imposibles…
Y ese es otro de los elementos sobre los que quería escribir: extraterrestres. Pero no extraterrestres cualesquiera. Extraterrestres tan distintos a nosotros que no podemos siquiera aspirar a comprenderlos. El mero intento es del todo fútil. Para ello, nada mejor que seres no solo de otro mundo, sino de otro universo (con sus propias leyes físicas); y tan sumamente avanzados y desarrollados que se antojan en seres imposibles; quiméricos.
Un forma más de forzar la narración.
Lo cierto es que mientras escribo estas líneas me doy cuenta de lo desbordante (¿y absurdo?) de la propuesta. A buen seguro, la historia estará plagada de aristas, imperfecciones, rugosidades y desvaríos insalvables, pero ha sido apasionante escribirla. Y me he despachado bien a gusto.
Quería ambientarla en un futuro cercano (años cincuenta-setenta del presente siglo), en Madrid, y en una España rota y al borde de la destrucción. Y metí elementos tan en boga hoy en día como el intento independentista catalán (efectivo en la novela), además de ciertas dosis de terrorismo nacional e internacional, de grandes grupos empresariales, controladores no solo de la gran mayoría de servicios y productos ofertados a un alienado ciudadano, sino del propio gobierno, corrupto y desfasado, y estructurado bajo una forma de estado policial. Con un ejército desmandado y con la absoluta libertad para hacer y deshacer a su antojo, paro masivo, caos en las calles, contaminación galopante… ¡Cyberpunk para todos!
Me autoimpuse una estructura narrativa muy específica: 24 capítulos de unas 4.000 palabras de extensión cada uno. Y más aún: quería que cada capítulo ocurriera durante una hora de vida de los personajes. Así, una vez terminada la novela, se habrían descrito un total de 24 horas en la vida del protagonista. 24 horas en las que el mundo (y varios universos) se desintegra(n) sin que nadie puede hacer gran cosa más que constatar el fin de todas las cosas.
Mi plan inicial consistía en escribir el borrador en poco más de tres meses, a un ritmo de 1.000 palabras al día (lo que en mi mundo mental ideal daba para 100 días de escritura). Como era de prever, no lo he logrado. Durante el mes de noviembre, participé en el NaNoWriMo y conseguí darle un buen empujón a la escritura: 50.000 palabras. Las 50.000 restantes, sin embargo, me llevaron casi otros tres meses entre una cosa y otra (si bien es cierto que, por diversos motivos, estuve casi un mes entero, entre diciembre y enero, sin escribir una sola palabra).
Así pues, y estrictamente, me ha llevado 4 meses terminar este borrador. Aunque a un nivel más estadístico, y contando solo los días de escritura real, la cifra se reduce a unos 3 meses, lo que no está mal.
Y me doy cuenta que, cuanto más larga es la historia, más sufro a nivel estructural. Soy un escritor con tendencia a la improvisación. Me gusta tener un par de elementos de anclaje, un principio, un punto de inflexión y un final; pero nada más. Esto provoca que, en ocasiones, la narración se estanque; o que haya momentos en los que no tenga del todo claro por dónde debería llevar la historia.
Pero he aprendido, y lo primero que voy a hacer cuando me ponga a trabajar en el siguiente proyecto es organizarme de otra forma. Necesito más orden y control. Y voy a hacer todo lo contrario a lo que he estado haciendo hasta el momento: diseñar la novela de principio a fin antes de escribir una sola palabra, con una descripción detallada de lo que sucede en cada capítulo y escena. Quiero probar cómo me funciona.
¿Y ahora qué?
Pues lo dicho: revisión y correcciones (y hacen falta muchas). Quiero dar mayor empaque a los personajes, dotarles de mejores motivaciones; dosificar la información; pulir los diálogos… Pero no será ahora, ni mañana; ni probablemente este mes. Voy a meter todo esto en un cajón ciberespacial durante un par de meses y a aprovechar para escribir dos o tres relatos cortos entre medias.
También pretendo dar un lavado de cara importante a la web. La pobre Después del Cyberpunk está todavía bastante en pañales y da algo de grima. Estoy tratando de hacerme con Mail Chimp para el tema de las suscripciones y las newsletter (le voy cogiendo el truquillo), y de reestructurar el contenido del sitio, que a día de hoy se me antoja un tanto caótico. No soy diseñador web ni especialista en estos menesteres, por lo que las cosas, para mi infortunio, me llevarán más tiempo y esfuerzo del que deberían. Pero toca hacerlo.
Y también debería tratar de mover la anterior novela que escribí… El tema es que prefiero invertir mis pocas horas libres más en escribir que en investigar y currarme docenas de emails para otras tantas editoriales que probablemente terminen en noes rotundos. En algún momento tendré que ponerme con ello, y lo haré con bastantes ganas, pero no ahora. No creo que sea mala cosa aprovecharse momentáneamente de esta pequeña fiebre por la escritura que me ha dado; además, siempre habrá tiempo para lo otro.
Entre tanto, seguiremos por aquí dando guerra.