Leer a William Gibson siempre ha tenido algo de placer y de tortura, y The Peripheral no es ninguna excepción en este sentido. Undécima novela del escritor norteamericano (duodécima si tenemos en cuenta la colección de relatos Quemando cromo [Burning Chrome, 1986]) y la vuelta después de más de una década al terreno de la ciencia ficción especulativa, toda vez que País de espías (Spook Country, 2007) o Historia Cero (Zero History, 2010) funcionaban más como thrillers ambientados a la vuelta de la esquina que como obras de ciencia ficción al uso. Y, dato curioso este: The Peripheral es la novela más extensa de Gibson hasta la fecha.
Reconozco que no terminé de engancharme completamente hasta aproximadamente la página 80. Suceden cosas desde la primera página; demasiadas, de hecho. Algunas más o menos comprensibles, tangibles; otras, difusas y herméticas. Verse sometido a una avalancha de nombres y personajes tampoco ayuda a empatizar con la narración. Pero es Gibson en estado puro, y la mente lo sabe, lo acepta, y uno concede que lo mareen. A fin de cuentas, sabíamos a lo que veníamos. Estamos ante uno de los maestros fundadores del cyberpunk. Hemos leído Neuromante (Neuromancer, 1984), Mona Lisa acelerada (Mona Lisa Overdrive, 1988) y sus obras más icónicas. De hecho (y, mientras escribo estas líneas, siento que no debo terminar la frase), es en cierto modo lo que buscamos cuando nos enfrentamos a uno de sus relatos: sentirnos perdidos e indefensos; con la imperiosa necesidad de saber más, buceando en las extrañas emociones de personajes que nos son tan ajenos como el ciberespacio podía serlo para aquel lector virgen que a mediados de los años ochenta leyó Neuromante por primera vez. Hay algo primigenio en la prosa de Gibson; en ese gusto por lo atípico, en ese constante enrevesamiento de los acontecimientos.
Pero Gibson es humano, y, a pesar de todo, piensa en nuestra salud mental. Al fin y al cabo, somos nosotros, su legión de lectores, los que seguimos acudiendo a sus obras como si de nuestra particular droga mental se tratase. Y nos da ciertas facilidades, como estructurar la novela en mini-capítulos de apenas 2-3 páginas (GRACIAS). Esto facilita enormemente la lectura. Puede que no te estés enterando de la mitad de lo que lees, pero no dejan de ser un puñado de páginas. Sabes que si superas ese escollo, llegarás al próximo capítulo, con la esperanza de que entonces comprenderás mejor todo lo que ha estado sucediendo. Y ese momento termina por llegar, lo prometo.
La densidad de la novela es extraordinariamente pesada al comienzo: te sueltan en medio de todo el entramado y hay que arreglárselas para no perderse, para capturar toda la información posible y dar forma al argumento. Y no es fácil. Los personajes muestran sus emociones, pero solo hasta cierto punto. Gibson es un narrador extraordinario de hechos fríos y distantes; cuesta comprender las acciones de las almas atormentadas que deambulan por sus textos, si bien cabe decir que es pretendido. No hay falla ni error por su parte. Esta frialdad narrativa es una parte indistinguible de su estilo. Y más aún: es lo que los lectores buscamos cuando acudimos a sus obras. Hay algo de adicción en ello; como sentirse parte de un juego; una suerte de gamificación, ese otro palabro que está ahora tan de moda… Un juego retorcido entre Gibson y el lector, donde la narrativa tramposa, las docenas de personajes y las confusas subtramas se van dando progresivamente la mano.
Estoy seguro de que más de uno habrá abandonado la lectura en alguna de las cien primeras páginas, y puedo llegar a entenderlo. Pero superada esa barrera, la recompensa merece la pena. La narración se normaliza. Sigue habiendo sorpresas y momentos de desconexión con la realidad (literal y figuradamente), pero el hilo narrativo ya está expuesto, con un buen número de cartas boca arriba y sobre la mesa. Los cables y los circuitos internos del engranaje gibsoniano están a la vista, y pese a retorcidos y chamuscados, permiten un goce efectivo de las aventuras y desventuras de los personajes que lo pueblan, en su mayoría perdedores, semi-delincuentes y gente de mal vivir, fantasmas del sistema…
The Peripheral es un dardo envenenado directo al cerebro, rebosante de giros, perversiones y momentos de extraña… ¿belleza?
¡Ojo! A partir de este momento, spoilers severos…
Quizá lo más interesante de The Peripheral sea la propia premisa, tan desconcertante como atractiva. Hay dos líneas temporales. Una, un futuro cercano, en la América profunda, dentro de 20-40 años. Otra, un futuro algo menos cercano, pero no completamente lejano, en el Londres de dentro de 80-100 años (no quedan del todo claras las referencias temporales, pero no es algo que sea completamente relevante). Entre medias, algo ha sucedido: el famoso jackpot. Hay pistas por aquí y por allá, pero no se especifica del todo. Se nos indica que fue algo grave y que cambió para siempre el devenir de la humanidad, por lo que la historia de la raza humana puede dividirse entre antes del jackpot y después del mismo. Se habla del cambio climático, de cómo una cosa llevó a la otra, y de cómo, una vez el peligro había quedado ya definitivamente a la vista de todos, era ya demasiado tarde como para evitarlo. Una gran parte de la población mundial pereció en el proceso.
La primera línea temporal se desarrolla en el mundo previo a este famoso jackpot; la segunda, después. No hace falta saber más. Por algún malabar científico-tecnológico en el que tampoco se entra demasiado, desde la segunda línea temporal, y a través de unos servidores chinos (según se cree), uno puede acceder al mundo de dentro de 20-40 años e intervenir en su desarrollo. Ah, pero no se está jugando con el pasado ni aquello tiene consecuencias en el futuro. El pasado y el futuro se desligan desde el preciso instante en el que entran en contacto; ambas líneas temporales siguen cada una su camino, hasta cierto punto, independientes la una de la otra, pero con inevitables reminiscencias. Y hay más: una vez conectadas ambas líneas temporales, el tiempo se sucede a la misma velocidad en ambos mundos; una hora aquí es una hora allí. No se puede viajar de una línea a la otra, pero sí se puede intercambiar información; la comunicación es, por tanto, posible. Este es el tapete sobre el que se desarrolla la trama de espionaje, contraespionaje, asesinos misteriosos, conspiraciones, sobornos, impresiones de tecnología futurista y todos los demás elementos del gran Gibson.
El mundo posterior al jackpot es un mundo vacío, poblado por las clases más pudientes (son los únicos que sobrevivieron al desastre), en una suerte de oligarquía y clanes tribales futuristas. Es la realidad de Wilf Netherton, una especie de publicista que no siente demasiado apego por su sociedad, rebosante de apariencias, pero alarmantemente vacía, y que dedica sus esfuerzos a emborracharse y practicar sexo con sus clientes. Entre sus amistades, se encuentran algunos influyentes individuos, entre los que destaca Lev, un millonario que le pide ayuda con uno de sus muñones (extraordinario concepto para referirse a esa otra línea temporal a la que, desde el Londres futurista, tienen súbitamente acceso).
A través del muñón, Netherton, Lev, Ossian y Ash son capaces de intercambiar información con el mundo de Flynne, una joven aficionada a los videojuegos que, junto a sus dos hermanos y su enferma madre, sobrevive en un pueblo interior de los EE.UU. pre-jackpot. Se trata de una zona especialmente deprimida, en la que la gente se dedica a lo que buenamente puede con tal de salir adelante. La policía local está corrupta y bajo el control del cacique del pueblo. En este contexto, Flynne se hace cargo del curro de uno de sus hermanos, que consiste, según ella piensa, en vigilar a una persona en lo que parece una versión beta de un moderno videojuego. Lo que ella no sabe es que no es un videojuego, sino el Londres futurista post-jackpot, y lo que presencia en primera persona es precisamente lo que pone en marcha la trama: el asesinato de una joven a manos de un hombre con una extraña tecnología. Desde este momento, ambas líneas temporales confluyen definitivamente y comienzan a interrelacionarse con imprevisibles consecuencias, al tiempo que Flynne se convierte en el blanco de una misteriosa fuerza antagonista.
Argumentalmente, se perciben ecos de tantísimas obras como rica es la ciencia ficción contemporánea. De hecho, uno podría decir con cierto tino que Nivel 13 (The Thirteenth Floor, Josef Rusnak,1999) está muy presente, o Matrix (The Matrix, Lana y Lilly Wachowski, 1999), o, incluso, algo más reciente como Carbono modificado (Altered Carbon, Richard Morgan, 2002), y que Gibson se inspira en ellas. Pero este ejercicio se convierte en algo fútil cuando uno se encuentra ante William Gibson, el tipo que imaginó él solito gran parte de lo que el cyberpunk sería con sus obras seminales de los años ochenta, y que luego influyó a tantos escritores y cineastas posteriores, y que además escribió el guión de Johnny Mnemonic (Robert Longo, 1995), etc. Es la pescadilla que se muerde la cola, y es un poco lo que The Peripheral es, tanto como obra de ficción en sí misma, como en cuanto a producto de entretenimiento: las dos líneas temporales descritas se retroalimentan mútuamente, de la misma forma que The Peripheral es resultado de su autor, y de las influencias que el autor creó en otros. ¿Retorcido?
En la obra, los personajes se mueven principalmente por ambición, curiosidad, entretenimiento o supervivencia. La ambición y el entretenimiento es lo que principalmente motiva a aquellos que se encuentran en el Londres post-jackpot, mientras que Flynne y los suyos lo hacen más llevados por la curiosidad, como es su propio caso, o la mera supervivencia. Sería inabarcable radiografiar a cada personaje, pero el abanico es amplio y vistoso.
Hablar de William Gibson es sinónimo de especulación tecnológica. Para The Peripheral, Gibson ahonda en cuatro tecnologías, presentes hoy en día, pero potenciadas de manera realista. Por un lado, las impresiones 3D. Se nos muestra como una industria próspera y asentada, muy regulada por los estados. Al igual que sucede cuando hay un exceso de demanda y una regulación extrema, aparecen centros clandestinos. En ellos se pueden fabricar a bajo coste prótesis, armas, piezas de tecnología patentadas, etc. En el pueblo de Flynne, más allá de los locales de comida y el Hefty (una suerte de Amazon/Walmart masivo), gran parte de la economía sumergida la mueve esta industria en expansión.
Los drones ocupan un lugar destacado en la novela. Drones armados, de vigilancia, de transporte, para operaciones quirúrgicas… Para dar y tomar, vaya. Tiene sentido. Es una de las últimas revoluciones, y parece que sus usos serán, a día de hoy, innumerables. Está por ver que, efectivamente, todos esos escenarios terminen por alcanzarse.
El dispositivo móvil de toda la vida es llevado un paso más allá en la línea temporal londinense. Los teléfonos están directamente integrados en el organismo, y nuestro propio campo de visión se ve invadido cuando alguien nos llama. Con la lengua, los seres de este mundo son capaces de manejar su teléfono móvil. Parece incómodo y agresivo, pero para nada descabellado.
Los avatares desempeñan un papel esencial en el desarrollo de la trama (periféricos, de ahí el título de la novela), tanto para visitar el Londres futuro por parte de unos, como para asomarse a la América pre-jackpot por parte de los otros. Mediante tecnología avanzada y precisas instrucciones, Flynne y los suyos son capaces de montar una corona cerebral con la que esta puede viajar a esa otra línea temporal sin moverse del sitio, ocupando el cuerpo de un ciberorganismo futurista. El concepto resulta fascinante, e increíble. Desde una línea temporal es posible visitar la otra. En este sentido, la osadía de Gibson es mayor que la de alguno de sus principales referentes, como las ya mencionadas Matrix o Nivel 13, en los que se accedía simplemente a una simulación. En este caso, se accede a otra realidad; o a otra parte de la realidad, si se prefiere. Porque ahí radica parte de la magia de The Peripheral: ambas líneas temporales son reales.
Uno se queda con ganas de saber más sobre ese invento capaz de habilitar los muñones para su posterior uso. En algún punto de la novela, se especula con los usos perversos que ciertos usuarios del mundo post-jackpot podrían hacer de los mismos. Teniendo en cuenta la facilidad de intervención que se tiene al contar con una tecnología infinitamente superior, es perfectamente posible destruir uno de estos muñones o someter a sus habitantes. Tal parece ser el destino que corren algunos de esos mundos, motivo por el que, probablemente, la policía del futuro esté tan interesada en tales menesteres. En ningún momento se explica el funcionamiento de estos servidores que conectan una realidad con la otra. Gibson nos da la información suficiente como para que nos hagamos a la idea de cómo funciona la cosa, y comencemos a dejar volar nuestra imaginación. Porque eso es lo que sucede. Lo que Gibson esboza en The Peripheral tiene mil y una posibilidades. Infinitos recorridos, como infinitas son las líneas temporales potenciales que pueden intervenirse… y destruirse…
Como en toda novela de Gibson que se precie, hay una subtrama de espionaje. En este caso, no queda del todo claro si es espionaje industrial, entre clanes enfrentados, o por el mero control y la acaparación de poder. Esta subtrama está directamente conectada con la económica. Desde el futuro pueden intervenir en el muñón de Flynne e intercambiar datos. Mediante complejos algoritmos, la facción de Lev, Ash, Netherton y compañía es capaz de influir sobre la realidad del muñón y transferir fondos a Flynne y los suyos valiéndose de una empresa fantasma, Milagros Coldiron. La influencia de esta intervención es total y drástica. Pese a que nos enteramos de los acontecimientos a través de Flynne y lo que distintos personajes secundarios la cuentan, parece que el mundo da un vuelco en lo que al aspecto económico se refiere. Y no solo por la intervención de Lev y su gente, sino también de los antagonistas, que emplean mecanismos similares para amasar cada vez más poder por su cuenta, a través de sus particulares empresas fantasma, de las que nada sabemos, pero sobre cuya influencia cada vez se nos pone más al día. Esta lucha de poder a nivel empresarial quizá sea de lo más interesante de The Peripheral, si bien a priori no deja de ser una subtrama de la que nunca llegamos a tener una visibilidad completa. Con tecnología futura, podría intervenirse un mundo entero simplemente accediendo a algo tan volátil como el mercado de valores. De esta forma, lo que empieza siendo apenas un registro empresarial en Colombia, se transforma a lo largo de las páginas en un emporio corporativo capaz de hacer sombra a la multinacional más importante de la línea temporal de Flynne: Hefty.
Todas las pequeñas subtramas terminan por confluir en un último acto que se antoja un tanto precipitado y atropellado. La acción se vuelve confusa y las principales motivaciones de los antagonistas no terminan de quedar del todo claras. Lo que durante toda la novela ha guiado las acciones de los personajes, sabe finalmente a poco, a deus ex machina. De todas las cosas que podían suceder, termina por narrarse una que, quizá, no es ni del todo satisfactoria, ni enteramente lógica. ¿Funciona? Bueno, pues he de reconocer que sí, que funciona. En parte, ese mini-acto final es un recordatorio de lo que el lector sintió al leer las primeras ochenta páginas; una vuelta a esa incertidumbre generalizada, a esa necesidad por saber más, por conocer lo que está sucediendo, por entender lo que motiva a los personajes… Y, más o menos, todo tiene una explicación. Sería injusto hacer de menos a The Peripheral por ese abrupto final, pero es innegable que sabe a poco después de lo brillantemente ejecutada que está el resto de la obra. Porque esa es la realidad: Gibson nos ha regalado una obra maestra del género.
(Y después de casi 3000 palabras, me dejo todavía en el tintero cosas como la secta religiosa que trae de cabeza a Burton en los EE.UU. pre-jackpot, los neoprimitivos del Londres futurista, la Isla de basura, repleta de plásticos y desperdicios, Lowbeer, uno de los personajes más maquiavélicos que recuerdo, y un largo etc. Francamente, una obra en verdad inabarcable…)
Si se es capaz de superar todos los escollos iniciales y se termina por conectar con la historia, los personajes y lo retorcido de la narrativa de Gibson, el resultado es una experiencia enriquecedora, divertida y muy adictiva. The Peripheral es una obra compleja y profunda, de amplio alcance, con personajes extremos, diálogos secos y directos, momentos que rozan lo surrealista y mucha, mucha imaginación que a veces pasa desapercibida entre los elementos más pesados y discordantes de la novela. Recomendada sobre todo para fans, pero también para todo aquel al que le apetezca un viaje movidito con el que poner a prueba su intelecto.
Ojalá más novelas como esta.
(Y, por cierto, para estar al tanto de lo que preocupa e inquieta a Gibson en la vida real, nada más fácil que seguirle a través de su cuenta de Twitter.)