Apocalipsis suave es la primera novela de Will McIntosh, escritor estadounidense y profesor/doctor en psicología social. No obstante, McIntosh ya contaba con una amplia trayectoria en la escritura de relatos que hasta la fecha le han valido para hacerse con un Hugo y una nominación a los Nebula. Aunque ya no ejerce como profesor, conviene tener presente su formación académica, pues, de todos los posibles caminos que Apocalipsis suave podría haber transitado, la deconstrucción de las convenciones sociales, las relaciones interpersonales y la relación del individuo con las estructuras de poder terminan por erigirse en los ejes narrativos de la novela.
—Eh, un momento, no vayas tan deprisa, Carlos —puede que digas—. Todo eso está muy bien, pero ¿y si comienzas por el principio?
—Por supuesto. Vamos a ello:
Apocalipsis suave, en origen un relato corto, parte de una idea llamativa y, hasta cierto punto, original en tanto que los apocalipsis a los que estamos acostumbrados en la narrativa de ficción tienden a ser de carácter masivo e inmediato. Por citar solo unos ejemplos: la caída de un asteroide sobre la Tierra (Armageddon [1998], de Michael Bay; cinta, dicho sea, muy superior en todos los aspectos a la más introspectiva Deep Impact [1998], de Mimi Leder, dato este que no viene al caso, pero que me apetecía dejar caer), la aparición de un virus letal (28 días después [28 Days Later, 2002], de Danny Boyle, precursora de la nueva ola del cine zombi de principios de milenio), la explosión de un super volcán (2012 [2009], de Roland Emmerich, el mayor especialista cinematográfico en catástrofes), la llegada de unos extraterrestres a la Tierra con muy mala baba (La guerra de los mundos [The War of the Worlds, 2005], de Steven Spielberg, suigéneris adaptación de la magistral y homónima novela de H. G. Wells [1898]), o hasta el ataque súbito de unas hormigas asesinas (La humanidad en peligro [Them!, 1954], de Gordon Douglas, por citar algo simpático de serie B).
Podrían listarse docenas de obras, puede que centenas, pero no creo que sea necesario para que el concepto se entienda: el apocalipsis, por lo que nos han contado, suele ser repentino y sobrevenir de un día para otro (a veces, incluso, basta un instante: Skynet activando todo el armamento nuclear de la Tierra en la saga Terminator, iniciada en 1984 por el genial James Cameron).
Will McIntosh juega en Apocalipsis suave con el deterioro constante y progresivo de la civilización; y, lo que en última instancia es lo mismo: la decadencia de la humanidad. La caída no se produce de la noche a la mañana. Es un fenómeno complejo y difuso que se extiende durante un periodo de varios años. Gota a gota, día a día, la vida humana va perdiendo su valor en una lenta y agónica lucha por la supervivencia. El resultado final, no obstante, no se diferencia demasiado de los escenarios más pesimistas y frecuentes del cine comercial de Hollywood: la degeneración total.
Y, más que Apocalipsis suave, creo que títulos como Mis líos amorosos durante el apocalipsis o El apocalipsis suave, mis mujeres y yo habrían captado algo mejor el desarrollo argumental y las expectativas narrativas de la novela. No lo digo por desprestigiar a Will McIntosh, pues su obra me ha parecido del todo pertinente, premonitoria, profunda y, si se me permite, hasta por momentos «divertida» (quizá no sea esta la palabra más adecuada…), sino por hacer la coña fácil y porque, al menos durante la primera mitad del relato, todo parece girar en torno a esa idea.
Chascarrillos aparte, no puedo sino recomendar la lectura de esta compleja obra, cuya sinopsis podría resumirse tal que así:
El mundo todavía no se ha recuperado de la última crisis económica. Los jóvenes terminan sus estudios y pasan a engrosar las filas del paro o a ocupar puestos de trabajo demasiado precarios e inestables como para sentar la cabeza (¿alguien dijo ciencia ficción?). Jasper es uno de estos jóvenes que sobrevive día a día, haciendo trabajos de poca monta, lamentándose por haber estudiado una carrera de letras con pocas salidas profesionales y vagando, junto a otros como él, por los alrededores de las grandes ciudades.
Entre ellos, se organizan y sobreviven gracias al trueque y al aprovechamiento de las habilidades de unos y otros. Todos cuentan con que la situación no tarde en revertirse, y el empleo y la economía vuelvan a prosperar. Sin embargo, esta vez parece que algo es diferente: la situación no mejora. De hecho, diríase que empeora lentamente. De la mano de Jasper y su grupo de amigos, asistimos de primera mano a la degradación progresiva de la sociedad y a la lenta obsolescencia de las instituciones gubernamentales. Es entonces cuando el caos comienza a filtrarse por las grietas del nuevo mundo, en muchas y desagradables formas…
¡Ojo! A partir de este momento, spoilers severos…
Uno de los principales logros de Will McIntosh es lo fácil que resulta empatizar con sus personajes principales, y, muy especialmente, con el protagonista: Jasper. Criado en una familia de clase media, con estudios universitarios y víctima de un paro sistémico aún más profundo del que ha estado asolando a parte de la sociedad occidental en las últimas décadas, sobre todo a los más jóvenes (y no digamos ya en España en relación a otros países civilizados…). Entre sus amigos de toda la vida, no lo pasan mucho mejor. Unos tienen trabajo, precario en su mayoría, y otros van tirando como buenamente pueden, haciendo chanchullos por aquí y por allá; agarrándose a lo que cada uno encuentra. La vida reducida a una cuestión de supervivencia; de ir tirando.
Sin embargo, como pronto vemos, hay niveles de supervivencia, y es precisamente el tránsito de uno de estos niveles al siguiente lo que mantiene a Apocalipsis suave en movimiento (en este sentido, la novela guarda algunas similitudes conceptuales con esa pequeña película española de ciencia ficción que hace un par de años arrasara en festivales y plataformas de streaming: El hoyo [2019], de Galder Gaztelo-Urrutia; muy recomendable).
Jasper va ascendiendo y descendiendo por la pirámide de Maslow a lo largo de las páginas. A veces, lo único que importa es la supervivencia económica; hay que conseguir un trabajo. En otras ocasiones, el hogar es lo que prima, tener un techo bajo el que resguardarse. Pero hay niveles más primarios: la comida, por ejemplo. Y, por supuesto, la amenaza cercana de la muerte en sus más diversas formas. Esto es lo que Apocalipsis suave nos ofrece: una radiografía cruda de los distintos niveles de supervivencia a los que, no ya solo como especie, sino como individuos, podemos enfrentarnos a lo largo de nuestras vidas a poco que las cosas que damos por sentadas se tuerzan.
La evolución de esa caída a los infiernos a escala planetaria suena creíble. Al fin y al cabo, Will McIntosh se centra en todo lo malo de nuestros días y magnifica las consecuencias más negativas. Nuestro actual paro del diez o el veinte por ciento se lleva hasta un devastador cuarenta o cincuenta por ciento. ¿Qué puede hacerse ante esto? Ni siquiera las grandes multinacionales, especializadas en la explotación extrema del sistema capitalista, pueden garantizar un crecimiento perpetuo. Su lucha se torna análoga a la de Jasper y sus colegas: la supervivencia es lo que importa. En Apocalipsis suave asistimos a la lenta caída de estos imperios empresariales, personificados en algunas cadenas de consumo y alimentación, los negocios que, siempre se ha dicho, son los más estables y duraderos de todos los que existen (la gente siempre tendrá que comer…).
De igual forma, los gobiernos colapsan. Las instituciones no tardan en resquebrajarse a través de las grietas, cada vez más evidentes, de las desigualdades sociales y económicas. Al paro no tardan en sumársele los robos, el caos y la falta de medios. Todo ello supone el desmantelamiento del estado del bienestar en cuanto a garante de las necesidades ciudadanas más básicas. Entre una cosa y otra, algunos países aún tienen tiempo de lanzar una bomba atómica por aquí o de cometer alguna que otra masacre por allá. Bajo el desorden imperante, los ejércitos nacionales encuentran una razón de ser, únicamente amparados en primarios instintos de supervivencia. Ya no hay estado que defender, no hay patria; es una huída hacia adelante, los últimos estertores de los estados.
Tiene cierto sentido que el fin de nuestra sociedad tenga una base económica. El capitalismo está tan enraizado en nuestro ADN que casi no puede entenderse una crisis social de esta envergadura sin una crisis económica que la preceda. De hecho, el carácter premonitorio de Will McIntosh asusta: en Apocalipsis suave hay numerosas referencias a nuevos virus (de diseño, se suele apuntar), al empleo habitual de mascarillas, a un intento de falsa normalidad (sobre todo en los primeros estadios de la crisis, cuando las ciudades aún intentan parecer ciudades a pesar de la progresiva degradación)…
El arco evolutivo de Jasper es completo, si bien no demasiado sorpresivo. Y es mérito de McIntosh que funcione y sea creíble. Asistimos a su evolución a lo largo de los capítulos, que se corresponden con años, meses o días, según toque en cada caso (inciso: en lo relativo a la organización de la novela, se echa en falta un mayor grado de cohesión. Al fin y al cabo, lo que presenciamos son días aleatorios de las vidas de Jasper y sus amigos, y, si bien nos enteramos someramente de lo que sucede entre capítulos, no deja de ser cierto que más que una novela, Apocalipsis suave parece una colección de relatos cortos con un hilo conductor y un trasfondo común).
McIntosh, principalmente a través de Jasper, se muestra obsesionado con la soledad y las relaciones de pareja. En un mundo que se está resquebrajando, no parece este el problema más acuciante. Aunque, al mismo tiempo, habrá quien diga que es precisamente en esos duros momentos cuando más falta hace ya no una pareja, sino alguien con quien compartir la destrucción del mundo; con quien consolarse y arroparse en esa bajada final a los infiernos. A pesar de la burda broma que hice al comienzo de la reseña al decir que, más que Apocalipsis suave, el título podría haber sido algo así como Mis novias durante el fin del mundo, creo que no es un comentario que vaya del todo desencaminado. Dicho lo cual, entiendo que alguien como Jasper pase por lo que pasa, y, de hecho, esta circunstancia da pie a algunos de los momentos más absurdos y patéticos de la novela (y también a algunos de los más duros).
Me gustaría comentar someramente esa dualidad dureza/divertimento que he experimentado durante la lectura. Apocalipsis suave no es una obra de consumo rápido. Su digestión puede hacerse demasiado pesada, sobre todo a tenor de ciertos pasajes, atroces, salvajes y de una aspereza exagerada. El delirante momento del feto de gato, la terrible muerte del perrete de una de las amigas del protagonista o las múltiples injusticias cometidas por los más disparatados motivos no son agradables de leer. Revuelven las tripas. El detalle con el que se narran pone de manifiesto la facilidad de Will McIntosh para meterse en nuestras cabecitas y estrujarnos los sesos (y, de paso, también el corazón). Y no es ninguna casualidad: los momentos más devastadores de la historia suelen llegar cuando menos se los espera uno. McIntosh sabe bien a lo que juega, y doy fe de lo impactante de esos tramos.
Ahora bien, no sería justo pasar por alto ese humor negro y retorcido que de vez en cuando emana de entre tanto drama y decadencia. De hecho, lo considero esencial para que todo el castillo de naipes no se venga abajo. Mis partes preferidas son las centrales, aquellas en las que el mundo ya está jodido, pero en las que todavía es posible llevar una extraña vida en las ciudades. Esos planes de fin de semana como acercarse a playas abarrotadas, o ir a un club nocturno ultra elitista, o a una galería de arte antes de que sea tomada por los terroristas anarquistas, o a un concierto callejero improvisado…
Ese intento de hacer como que no pasa nada, de forzarse a uno mismo a pensar que todo sigue igual y de que la cosa va a mejorar tarde o temprano, da pie a algunos momentos demenciales, a menudo limítrofes entre lo patético y lo absurdo. No es que uno suelte carcajadas, pero a través de ciertos chascarrillos se ahonda en la fragilidad humana, en el egoísmo que todos llevamos en la mochila (queramos o no), en la falta de madurez, e, incluso, en la ausencia total de moral si se dan las circunstancias adecuadas. A medida que avanzan las páginas, lo primitivo le va ganando la partida a lo racional.
Y ¿qué decir de la flora y fauna que pueblan, indómitas, las páginas de Apocalipsis suave?
En cuanto a la fauna, no tardamos en encontrarnos con los Saltimbanquis. Son, en esencia, un grupo más o menos organizado de maleantes con una marcada ideología anarquista. Si bien esta no es más que una excusa como cualquier otra para extender el caos y dejar un reguero de cadáveres a su paso. Su acción nace fruto de la disolución de las fuerzas y servicios de seguridad del estado. Pronto, junto al terrorismo de los Saltimbanquis, surgen grupos privados de defensa que tratan de mantener un precario equilibrio, al menos durante los primeros momentos de la caída a los infiernos de la barbarie.
En algún punto indeterminado, se nos presenta a un grupo de científicos que parece haber dado con un plan para evitar que las cosas se desmadren del todo. Este grupúsculo crea algunos virus de diseño, entre ellos el doctor Alegre que tanto peso tiene en el desarrollo narrativo de Apocalipsis suave. ¿Qué es lo que hace? De alguna forma, modifica la conducta de quien lo contrae, a quien transforma en una «buena persona», risueña e incapaz de hacer ningún tipo de acto maléfico. En otras palabras: la pérdida del libre albedrío y, quizá, de lo más preciado que como seres racionales poseemos: la capacidad de decisión. Puede que, en medio del caos y la destrucción, la ausencia de humanidad sea lo más adecuado. O, más que de humanidad, quizá sea la ausencia de los instintos animales. Pues el ser humano es, ante todo, un animal. Privado de sus más bajos instintos, es posible que exista cierto grado de orden y organización. Si sabes que el de al lado no va a matarte, porque no puede, y tú a él tampoco, quizá sea posible establecer una base sobre la que construir el principio de una nueva civilización.
Este es el tétrico y decadente final de Apocalipsis suave. Todo queda reducido a morir como un ser humano, o sobrevivir como una especie de autómata incapaz de hacer el mal. ¿Es acaso tan malo? Will McIntosh deja abierto un amplio espacio para la reflexión. Las viejas formas son las que nos han conducido al fin del mundo. Lo que éramos antes no parece que fuera lo adecuado para triunfar como especie. Quizá sí como individuos, y hasta cierto punto y solo para algunos, pero no a largo plazo y de una forma sostenible e igualitaria. No obstante, cabe preguntarse: eliminando ese aspecto de la humanidad, ¿seguimos siendo humanos? Quizá no, y puede que eso no sea un problema. Quizá no sea necesario ser humano. Es probable que la humanidad esté sobrevalorada. O no. Será cada lector el que tenga que sacar sus propias conclusiones.
(E, hilando con esto de la decadencia y la falta de esperanza, dos recomendaciones que no tienen igual mucho que ver a nivel argumental, pero sí poseen algunos puntos en común, al menos conceptualmente, con la obra que nos ocupa: Aurora [2015], de Kim Stanley Robinson, y Ejército Nuevo Modelo [New Model Army, 2010], de Adam Roberts.)
Antes dije que iba a hablar de la fauna y de la flora…
Pues bien, la flora está representada por una invasión de bambú que asola los EE.UU. Al parecer, se trata de un brote de una variante modificada genéticamente. Forma parte del plan de los científicos para hacer que las cosas sean menos desastrosas de lo que deberían; interrumpiendo el transporte y los suministros, es posible cortarles las alas a los ejércitos del mundo. Y, de esa forma, se impide una destrucción mayor. Esa es la teoría. En la práctica, el bambú se convierte en una plaga terrible para la población y la naturaleza. La ciudad queda invadida por esta planta, agresiva y con una velocidad de crecimiento y expansión insólita. La naturaleza se come a las ciudades. Ecoterroristas se los llama, un tanto a la estela de aquellos que Michael Crichton imaginó en su polémica y discursiva Estado de miedo (State of Fear, 2004).
Voy cerrando: Apocalipsis suave es una lectura dura y desagradable. Posee la suficiente garra e intensidad como para hacerle a uno entrar en una suerte de trance. La prosa de McIntosh es sencilla, pero poderosa. Cuando toca ponerse serio, roza lo escatológico. Una radiografía de las bajezas humanas, de los más primitivos instintos de supervivencia y de la fragilidad de un mundo que damos por hecho, pero que, por perverso que suene esto, podríamos llegar a echar de menos. Al final, todo se reduce a una cuestión de perspectiva.
Apocalipsis suave no es tanto una novela de ciencia ficción distópica como una narración realista y premonitoria sobre lo que puede estar por venir. No hay esperanza en sus páginas, tan solo personajes dejándose llevar y adaptándose al cambiante entorno. Animales racionales que viven y disfrutan de lo efímero, de la nostalgia y de lo que pudo ser y no fue, con el único propósito de olvidar un presente plagado de desesperación y sufrimiento. No parece haber una salida aceptable: la muerte o la condena a una vida de mentira (drogas de conducta mediante). Que cada cual elija su propia «medicina».