Después de asegurar en mi newsletter mensual (en la que básicamente hablo de cine y literatura de ciencia ficción; puedes suscribirte en este enlace) que no iba a escribir una reseña sobre It porque prefería emplear ese tiempo en sacar adelante mis propios proyectos de ficción, he sucumbido. Supongo que ese criticón que llevo dentro se ha salido con la suya, una vez más. O puede que, en el fondo, escribir sea lo único que en verdad importe, con independencia de si se trata de mi propia ficción o de la de otros.
En cualquier caso, aquí estoy, listo para diseccionar la monumental y ambiciosa obra maestra de Stephen King. No obstante, antes de entrar en materia quisiera dar un par de breves pinceladas sobre mi relación con King y con el terror.
El género del terror, durante muchos años, fue para mí el gran olvidado, no solo en su manifestación literaria, sino también en la cinematográfica. Por algún motivo que todavía hoy se me escapa, no me interesaba tanto como lo había hecho, y desde muy temprano, la ciencia ficción.
¿Por qué? Quizá lo veía como algo desagradable por el mero hecho de serlo; o como algo prescindible, innecesario o redundante en mi día a día. Tuvo que ser a través de ciertas obras de ciencia ficción cómo, lentamente, mi extraña concepción sobre el terror se fue reconfigurando, y esas fronteras que hasta entonces había creído vislumbrar con cierta claridad, se desdibujaron ante mi desconcierto.
Obras que combinaban hábilmente el terror y la ciencia ficción comenzaron a interesarme. De repente, descubrí que películas que yo siempre había considerado de terror, en realidad no lo eran. O, mejor aún: que el terror no es lo que yo pensaba que era. Me llevó algunas décadas, pero al fin comprendí lo que tú muy probablemente ya sepas: el terror no es sino una sublimación del thriller, y suele valerse de la estructura conceptual de la ciencia ficción o, en sentido amplio, del género fantástico o lo sobrenatural.
No quiero extenderme aquí más de la cuenta. Sirva esta pequeña nota como introducción a lo que Stephen King había significado para mí durante gran parte de mi existencia: poco o nada. Por supuesto, vivo en el mismo planeta Tierra que tú, y conocía su figura. Sabía que era uno de los escritores más exitosos del mundo, prolífico como pocos, respetado por la crítica y querido por el público. En mi nebulosa mente de aquella época, era algo así como el Ken Follet, Dan Brown o Michael Crichton del terror.
Nada más lejos de la realidad…
A día de hoy apenas he leído tres de sus novelas. He llegado muy tarde a su obra, pero lo he hecho para quedarme. Y, sorprendentemente (o puede no lo sea tanto…), si hoy tuviera que clasificar las obras que he leído, no diría que sean de terror. Esta fue una de mis grandes revelaciones: el rey del terror no escribe terror. Escribe un cierto tipo de thriller, muy cercano al fantástico y a lo sobrenatural, y con frecuentes elementos de ciencia ficción. Y sí, todo ello aderezado con un cierto pesimismo y una acertada y macabra oscuridad. Y sí, de acuerdo, también te lo concedo: su prosa posee un realismo magnético y escabroso, sobre todo en las descripciones.
Puedo leer tus pensamientos: «Pero Carlos, un momento, vamos a ver: ¿todo eso que estás diciendo no es acaso la definición del terror en cuanto a género narrativo?».
Puede que lo sea… Y, dicho lo cual, no diría que It sea terror. Ni tampoco La zona muerta (The Dead Zone, 1979) o 22/11/63 (11/22/63, 2011). Son thrillers de corte fantástico obsesionados con dos cosas: establecer conexiones con el mundo real (cuantas más, mejor) con el fin de ahondar en las bajezas de la naturaleza humana; y desarrollar la parte más sobrenatural de la vida (¿hay acaso algo más sobrenatural que la propia existencia?).
It no es terror; It somos nosotros. Y es también un fresco, pintado a espasmódicos brochazos, sobre una pared sucia y rugosa que disecciona a la especie humana. It recopila nuestros temores y miedos, nuestras dudas y rencores; nuestras fallas. Y, por qué no; también alguno de nuestros pequeños triunfos.
¡Ojo! A partir de este momento, spoilers severos…
Y, sin embargo, es el olvido lo que se manifiesta como el mayor de los terrores en It. El olvido de lo que hemos vivido, de lo que hemos llegado a ser y de las traiciones que nos hemos visto obligados a cometer por el camino (y que sabremos que cometeremos a lo largo de nuestra existencia); contra otros, sí, pero sobre todo contra nosotros mismos.
Es posible que me esté desviando (cosa, por otro lado, nada extraordinaria en mí). Quizá el párrafo anterior debería haberlo reservado para cerrar esta reseña, Pero no, lo voy a dejar ahí mismo, donde lo has leído. Ya habrá tiempo de cerrar el círculo más adelante. Por ahora, he aquí la sinopsis (la he extraído directamente de la contraportada de mi edición, pues me parece ejemplar como pocas):
«¿Quién o qué mutila a los niños de un pequeño pueblo norteamericano? ¿Por qué llega cíclicamente el horror a Derry en forma de un payaso siniestro que va sembrando la destrucción a su paso? Esto es lo que se proponen averiguar los protagonistas de esta novela. Tras veintisiete años de tranquilidad y lejanía, una antigua promesa infantil les hace volver al lugar en el que vivieron su infancia y juventud como una terrible pesadilla. Regresan a Derry para enfrentarse con su pasado y enterrar definitivamente la amenaza que los amargó durante su niñez. Saben que pueden morir, pero son conscientes de que no conocerán la paz hasta que aquella cosa sea destruida para siempre».
Este es el tablero de juego. Un payaso que mata y mutila a los niños. Unos niños traumatizados por su pasado que han de volver a enfrentarse a sus miedos. Una localidad estadounidense abonada a las tragedias. ¿Un monográfico sobre la maldad?
It es un ladrillo de 1.500 páginas. Cientos de miles de palabras que nos transportan a un lugar y a un estado sensorial y mental muy específicos. Ese es uno de los grandes logros de Stephen King: meternos de lleno en Derry, ese pueblo norteamericano mágico y especial en el que se desarrollan los hechos descritos, y hacernos partícipes de las características de esa cosa que lo habita, desde tiempos inmemoriales, y que lo ha moldeado a su imagen y semejanza.
A medida que devoramos sus páginas, más evidente se torna una idea: Derry es Eso. Pero ¿qué es Eso exactamente? King va un paso más allá y, hacia el último tercio de la novela, ejecuta varios saltos mortales seguidos, uno detrás de otro. Lo que en origen parecía ser una fuerza maligna y desconcertante, si bien más física que etérea, e imbuida en los cuerpos intercambiables de un tétrico payaso, una momia o un hombre-lobo, termina dando paso a algo mucho más complejo y ambicioso.
Eso no es algo de este mundo; o, si lo es, lo es de mucho antes de que esto que llamamos mundo fuera así llamado por nadie. Proviene de esos instantes previos al Big Bang de los que nada sabemos (¡toma triple salto mortal!). Es el mal primigenio y original. Y llegó a nuestro planeta antes de que la raza humana fuera siquiera una posibilidad. Stephen King especula con la posibilidad de que nosotros seamos el engendro resultante de ese mal: de Eso. Somos el proyecto de una fuerza macabra, loca, perversa e incomprensible, que ha establecido en Derry su hogar; que lo ha convertido en su patio trasero de juegos. Se alimenta de los temores humanos, de la imaginación de los niños, de lo imposible. A cambio, permite el progreso humano a través de un interminable ciclo de crecimiento y destrucción, de avance, estancamiento y decadencia.
Eso no es de este mundo y no puede ser enteramente representado ni comprendido por los humanos. Bill, Richie, Eddie, Mike, Beverly, Stan o Ben apenas pueden percibirlo sino como un compendio de imágenes que ya poseen en su imaginario. No están preparados para ver el horror cósmico que es. Se habla de unos fuegos fatuos como su representación más auténtica, pero incluso esto se queda en un burdo intento. Solo en los últimos capítulos de la novela asistimos al alcance definitivo de su monstruosidad; a ese lugar intangible, entre lo físico y lo mental, al que termina por conducir a Bill. La frontera entre la cordura y la locura, o entre la verdad y las sombras; o, quizá, entre la infancia y la madurez.
El lector elige su versión de los acontecimientos.
Para este entusiasta lector (para la ocasión, escritor), King convierte It en una oda al terror cósmico de H. P. Lovecraft. En It hay claros ecos de Cthulhu, pues no deja de ser una entidad primigenia de oscuros apetitos. Pero hay una fuerza que se opone a la suya. Y King, en otro triple salto mortal, nos presenta a la Tortuga, un ser tan vasto e incomprensible como su reverso. Y nos explica su relación: la Tortuga crea universos que Eso puebla e intoxica. Son dos caras de una misma moneda, si bien no puede decirse que una represente el bien y la creación, y la otra el mal y la destrucción.
No. Ambas criaturas componen una parte del todo. Eso destruye, pero también crea y favorece el crecimiento y la prosperidad (todos los niños que dejaron la ciudad terminaron triunfando a título profesional, aunque, en cierto modo, se los privó de engendrar nueva vida…). Las intenciones de la Tortuga son más opacas si cabe que las de Eso, pero, de alguna forma, ambas entidades están interconectadas y se regulan mutuamente.
Lo que comienza como la historia de un payaso que atormenta a los niños y a las familias de una pequeña localidad del oeste de EE.UU. se transforma con el paso de las páginas en una epopeya insólita entre fuerzas absurdas, más allá de la razón o del entendimiento. Y son los niños de Derry, atormentados por los matones psicópatas de la escuela y por unos padres débiles y rotos (unos destrozados por la pérdida de su hijo, otros angustiados por la enfermedad, otros alcohólicos o abusivos) los que han de captar y redirigir contra Eso una serie de fuerzas ocultas dentro de todo este galimatías cósmico. De manera milagrosa, Stephen King logra que todo esto tenga sentido. Un sentido muy particular y personal, pero sentido al fin y al cabo.
No creo que esta sea una reseña al uso sobre It. Tengo la sensación de que me estoy centrando en retazos muy concretos e indeterminados de todo lo que se esconde en este libro. Pero es precisamente ahí donde radica la fuerza de It: en su inabordabilidad. Es un mastodonte conceptual en el que King va dejando caer ideas en cada capítulo. Algunas reverberan y se expanden a lo largo del relato; otras, sin embargo, parecen quedarse huérfanas y soterradas, solo para que descubramos más adelante que, en realidad, son redundantes y repetitivas.
En It hay una desconcertante obsesión por lo cíclico. Y no me refiero al monstruo (o no solamente), sino a la estructura narrativa. Los continuos saltos temporales entre el pasado y el presente otorgan dinamismo y profundidad a los personajes, y no dejan de recordarnos que la vida se repite. Los traumas de cada uno de ellos son distintos, pero su sufrimiento es parecido. La explicación sobrenatural de King a este fenómeno tan humano como la vida misma es que Eso así lo desea. Somos sus conejillos de indias y no lo sabemos. Alimenta nuestros miedos y nos exhorta, en sueños, a que repitamos los errores de nuestros padres y antepasados.
It gana enteros en los recovecos. Los interludios, esos momentos que enriquecen la historia, pero que no hacen que la trama principal avance a nivel narrativo, se cuentan entre lo que más me ha fascinado de la novela. El terrible accidente de la Fundición, el tiroteo contra los bandidos a comienzos de siglo XX, el incendio en la barrica, la matanza a hachazos… Excusas que le sirven a King para mostrar las caras menos nobles del pasado de nuestra civilización: el racismo, el egoísmo y, en definitiva, la sangre sobre la que está erigida no solo Derry, sino la sociedad occidental.
Llevo miles de palabras y todavía no he hablado de los protagonistas. De Bill, Beverly, Richie, Stan, Mike, Eddie y Ben. Y no es algo pretendido. En mi cabeza, todo lo que he comentado hasta el momento es lo que con más fuerza reverbera. La historia del Club de los Perdedores es el hilo conductor del que King se vale para inundar su obra de todo lo que le atormenta. No es este un logro menor. Cada personaje está trabajado y desarrollado desde tantos prismas como instantes de su vida son descritos. Y King lo hace con maestría. Usando la primera persona del presente o la tercera del pasado, según convenga. Se mete en sus cabezas y, con ello, nos mete a nosotros y nos hace cómplices de sus traumas, la parte más importante de la estrategia.
Somos partícipes del sentido de pérdida de Bill, de su culpabilidad y de su patológica tartamudez. Y también de Beverly y de su temor hacia su abusivo padre, que luego encuentra continuación en su maltratador esposo. Y del racismo que Mike ha tenido que soportar, amén de su búsqueda de una explicación a todo ese tormento en el pasado reciente de Derry. De Eddie y su pavor a las enfermedades, potenciados por una madre sobreprotectora y dañina. De Richie y sus fallas interrelacionales, quien solo encuentra una razón de ser como nexo entre otros, como bufón para el agrado de los demás, ya se trate de sus amigos o de sus oyentes, pero incapaz de liderar o protagonizar su destino. De Ben y su amor imposible hacia Beverly, y su obsesión por las formas, las estructuras y, en definitiva, la construcción y los objetos externos como válvula de escape a su cuerpo obeso y a las burlas que ha de aguantar por ello. De Stan y su restrictiva vida, práctica y material, y su incapacidad para encontrar la valentía que sus amigos, a fuerza de sufrimiento, sí han logrado.
El mosaico es rico y fascinante y, de alguna forma, consigue reformular las intenciones de Stephen King. Pues no es sino el mal (esas persecuciones a la carrera huyendo de Henry y los otros matones, o los enfrentamientos que protagonizan con sus padres) lo que les pone en contacto entre sí. La amistad surge de todo lo malo que los rodea, de sus traumas y preocupaciones, pero los hace más fuertes. Juntos, son capaces de superar sus miedos y, con ello, de plantar cara en última instancia a Eso.
En cuanto a la narrativa en sí, no descubro nada si digo que es poderosa y escabrosa. King, como en él es habitual (y es algo de lo que ya me he dado cuenta habiendo leído apenas tres de sus novelas), nos mete en el meollo a través de la climatología. El frío, el calor, la lluvia, el agua… Cualquier condición atmosférica es una puerta de entrada hacia un estado de ánimo concreto, pues todos, a fin de cuentas, hemos vivido días calurosos, lluviosos o ventosos.
A través de lo sensorial, King desciende al nivel de lo visceral. Personajes como el de Henry Bowers y los matones le permiten ahondar en la parte más perversa y genuina del mal, la humana, tan despreciable como la que más. Porque ese es el terror último: el humano. Eso da miedo, por supuesto, pero su comprensión se nos escapa; sus motivos son meras suposiciones.
Cuando escribes 1.500 páginas, es lógico que no todas sean brillantes. Y quizá pueda acusarse a It de volverse por momentos demasiado redundante y repetitiva. Las aventuras y desventuras del Club de los Perdedores y sus continuos enfrentamientos con los matones de turno tienen demasiado peso, quizá; ocupan demasiadas páginas. Los saltos temporales hacia adelante y hacia atrás confieren dinamismo a la novela, pero no tardan en engendrar parte de esa sensación de repetición: sabemos lo que está por venir. El tramo central de la novela es el más denso a nivel narrativo y donde más puede atragantarse el lector impaciente. No obstante, el clímax, para un servidor, logra estar a la altura.
El momento en el que el Club de los Perdedores se refugia en su escondite secreto, bajo tierra, donde les llega la visión de Eso como una especie de fuerza cósmica que aterrizó sobre la Tierra hace milenios, es uno de los episodios más desconcertantes y desfasados de la novela, pero que a mí me reconectó de nuevo con la historia. Hablando con un amigo no hace mucho, le conté que estaba a punto de terminar It, y él me confesó, casualidades de la vida, que acababa de leérsela. Y me dijo que había dos momentos «muy WTF» (de What the Fuck… = Pero qué coño…) que casi lo habían sacado de la historia.
Uno de ellos es esta visión extraterrestre que a mí me fascinó. El otro no me lo dijo, pues yo aún no había terminado con su lectura, pero ahora que lo he hecho me atrevería a decir que se trata de la desconcertante secuencia en la que Beverly se acuesta con todos los varones del Club de los Perdedores, uno detrás de otro. Este momento me pilló a contrapié y no fui capaz de verlo venir, siquiera de interpretarlo con claridad. ¿Es el paso de la infancia a la madurez? ¿La pérdida de la inocencia? Probablemente haya algo de eso, pero se me sigue antojando un tanto desconcertante, bizarro y, sobre todo, forzado. De no existir, ¿habría pasado algo? Diría que no, ¿pero quién soy yo para decir nada al respecto? Si King consideró que era de recibo, bien está que ahí esté. En cualquier caso, celebro que aún queden enigmas en It.
Sí, porque It es una obra enigmática. Más allá de lo evidente, de la historia del Club de los Perdedores (que es, por cierto, en lo que más se han centrado las adaptaciones televisiva y cinematográfica, como no podía ser de otra forma), It posee un trasfondo y un alcance superlativos. Te coge bien fuerte de las entrañas y te obliga a seguir leyendo, a seguir descendiendo por la madriguera de conejo, en esa espiral de desesperación y desamparo. Y, si estás lo suficientemente pillado, comprarás todos esos pequeños trucos y giros de guion de los que Stephen King se va valiendo. Es una caída a las bajezas de la raza humana, a la pérdida y a todo lo malo que implica vivir. Los traumas, las desilusiones, los temores.
Y, también, el olvido (al igual que la novela, vuelvo al principio). Sin perder ese toque fantástico y sobrenatural, King cierra la novela con un broche de oro. Después del, por cierto, muy desconcertante combate final entre Eso y los chavales (Tortuga mediante), un nuevo terror ocupa su lugar: el olvido. La imposibilidad de recordar todo ese mal trago por el que han pasado. Como si fuera algo que no estuviese reservado para los meros seres humanos, y hubiera de morir en ellos. Pero la pérdida va más allá del recuerdo sobre Eso y esos combates cósmicos; la amistad se rompe. Ese vínculo surgido del mal, de los traumas y los miedos de una Derry corrupta y tóxica, ya no es preciso. Como si el Cosmos se hubiera valido de algo tan humano como la amistad y, cumplida la misión, lo desechara. Ese es el sacrificio último del Club de los Perdedores. Olvidar lo que han hecho. Olvidarse de esos amigos que, durante unos meses, lo fueron todo. Recuerdos que ya solo se manifestarán en los sueños nocturnos, y a los que cada uno de ellos tratará de aferrarse, de comprenderlos y entenderlos, en vano.
Uno termina de leer It y siente nostalgia. Por la historia que se acaba, pero también por la sensación de desamparo final. De haber vivido para olvidar. De tantos que ya no están entre nosotros y lo estuvieron. La amistad perdida. La magia que ya no nos creemos.
El olvido. It.
(Pues) Eso.