Veinte años después de la muy reivindicable El quinto elemento (The Fifth Element, 1997), bastión del cyberpunk de los noventa y referente de toda una generación, Luc Besson regresa en plena forma a la ciencia ficción futurista con Valerian y la ciudad de los mil planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets).
Con un presupuesto cercano a los 180 millones de dólares y bajo la etiqueta de superproducción hollywoodiense (a pesar de haber sido producido de manera independiente por Europa Corp. y un sinfín de pequeñas y medianas productoras), el filme ofrece un espectáculo masivo, recargado y expansivo, muy a rebufo de la estética y el despliegue audiovisual de otros blockbusters recientes como Star Wars: El despertar de la Fuerza (Star Wars. Episode VII: The Force Awakens, J. J. Abrams, 2015), John Carter (Andrew Stanton, 2012) y, por qué no, Ghost in the Shell: El alma de la máquina (Ghost in the Shell, Rupert Sanders, 2017).
Quizá no sea todo lo redonda que uno habría deseado, ni tenga un argumento tan original como podría esperarse, pero a ciertos niveles, en lo visual, lo estético, los diseños de producción y tantos otros aspectos técnicos, Valerian y la ciudad de los mil planetas ofrece lo que promete: un espectáculo más grande, más ruidoso, más enrevesado, más minucioso… más TODO.
Estructurada en torno a un puñado de macro-escenas que, en sí mismas, funcionan como pequeñas historias y aventuras, el filme de Besson logra elevarse de entre la media de propuestas de su condición por lo cuidado y enfermizo de su minuciosidad, ya sea en la descripción y exhibición de las más futuristas tecnologías, los exóticos parajes o las razas imposibles.
¡Ojo! A partir de este momento, ligeros spoilers…
Desde la secuencia de Gran Mercado (desierto multidimensional con el que se inicia la trama, donde la cámara vuela y disecciona con precisión milimétrica una sociedad y un microcosmos poderoso, estimulante y plagado de guiños), hasta la extravagante arquitectura y el mastodontismo de la gran estación espacial Alpha, aglutinadora de seres, especies, climas y, en definitiva, contrastes imposibles que se dan la mano para ofrecer un preciosista y vanguardista mosaico de irrealidad. Estética pulp en estado puro. E imaginería cyberpunk por doquier.
Con más de dos horas de poderío visual, muy ruidoso y estimulante, e intrincadas y efectistas escenas de acción, uno puede terminar haciendo ciertas concesiones que, en otras circunstancias (leáse, por ejemplo, y para no irse muy lejos, Ghost in the Shell: El alma de la máquina), no se despacharían con tanta ligereza.
Al final, no resulta tan cargante que la química entre los dos protagonistas sea nula o inexistente (flojas interpretaciones de Dane DeHaan y Cara Delevingne), o que el conservadurismo de su relación provoque un cierto distanciamiento de tono, casi paradójico, o que la trama principal, una historia de venganza, simple y previsible, se suceda por los caminos establecidos y con nulo espacio para la sorpresa. Ni siquiera termina de molestar que Clive Owen se paseé de un lado a otro sin ofrecer nunca una verdadera personalidad distinta del puro cliché…
Todos estos elementos, y algunos otros menores, se encuentran presentes y desgranados por aquí y por allá. Sin embargo, dentro del atrevido y preciosista conjunto, diríase que quedan en un segundo plano; palpables, visibles e imborrables (ahí están), pero lejos de la incomodidad o el fastidio.
La falta de trascendencia y la declaración de intenciones inicial (magistral secuencia de apertura, con la evolución espacial de la humanidad reducida a un puñado de minutos y al ritmo de las distintas y absurdas presentaciones protocolarias entre huéspedes, humanos y extraterrestres, y anfitriones; y claro, con banda sonora del gran Bowie) nos sitúan en un plano de disfrute sin prejuicios.
Por lo demás, vestuario atractivo y acorde a la propuesta; banda sonora alegre y vivaz, tutelada por el siempre eficiente (y a veces brillante) Alexandre Desplat; montaje clasicista; y, sorpresa agradable, violencia no edulcorada, con ataques barrocos y grotescos (como el de la fea e informe bestia de Gran Mercado, ante la que poco o nada pueden hacer los protagonistas y el equipo militar en su semi-fallida escapada a bordo de un autocar de combate), y con punzadas de crudeza y mala baba poco frecuentes en superproducciones de esta envergadura (la emboscada final de los androides a cargo del Comandante Arun Filitt, interpretado por Clive Owen; o la batalla espacial que a la postre termina por destruir el mundo de los perales, obligándolos a una forzosa supervivencia).
A un nivel estrictamente cyberpunk, cabe recrearse en la parte humana de la mega-estación espacial Alpha, una decadente arquitectura con sus prostíbulos y pecados andantes, que recuerda por momentos al Marte de Paul Verhoeven en Desafío Total (Total Recall, 1990); o en el mundo multidimensional de Gran Mercado, con enfermizas edificaciones y ese poco descarado tufillo a pulp noir, pero con extraterrestres. Armas futuristas, pilotos de submarinos destartalados y, por lo demás, una elegante integración junto a otros elementos más vistosos y menos amenazantes que los cyberpunk, sin que por ello chirríe el conjunto.
Valerian y la ciudad de los mil planetas en un exceso cinematográfico desde su misma concepción (no olvidemos su título, ¡la ciudad de los mil planetas!). Algunos apuntarán, quizá con parte de razón, que insolvente y con delirios de grandeza. Pero el que escribe estas líneas prefiere emplear adjetivos más benevolentes: exceso, sí, pero gratificante y estimulante.
Pues, a fin de cuentas, eso lo que es: un aparatoso exceso plagado de brillantes recursos, inoperante a nivel de cohesión y profundidad narrativa, pero desbordante en imaginación y recursos. Cada fotograma parece que solo busca una cosa: huir de la pantalla, escapar de los dominios del artefacto cinematográfico y volar, libre de toda constricción, hacia el indómito terreno de los sueños y las fantasías, donde el único límite lo marca la imaginación.
El mercado, no obstante, se ha pronunciado de la forma más rotunda. Apenas 220 millones de dólares de recaudación para una obra cuyas aspiraciones rondaban los 600-700 millones mundiales. No parece probable que volvamos a ver en la gran pantalla las secuelas que Luc Besson ya tenía en mente.
Pero no debería ser esto un varapalo. Al fin y al cabo, Valerian y la ciudad de los mil planetas existe, y hay mucho todavía por desentrañar de esta alocada epopeya futurista. Cuando sea lanzada al mercado doméstico vía blu-ray, no serán pocos los que se dediquen a pausarla fotograma a fotograma con el único objetivo de perderse en lo más profundo de la mente de Luc Besson, y en sus preciosistas traslaciones a la gran pantalla del influyente e inagotable cómic de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières.